domingo, 18 de diciembre de 2011

El Belén del Hotel Carlos V, por Bienvenido Maquedano

De pequeño quedaba con mi cuñado en el pueblo para ir a coger el musgo. Agarrábamos la bicicleta Torrot sin marchas ni ruedas preparadas para la montaña, ni tan siquiera frenos, cruzábamos el puente del río y triscábamos por las piedras del barrancal de granito buscando el oro verde que crecía a la umbría. Con una espátula despegábamos las raicillas y cortábamos grandes porciones de suelo para decorar el Belén. Allá por los años setenta la manera ortodoxa de celebrar la Navidad pasaba por un nacimiento con su musgo, su serrín de la carpintería del tío Goro, figuritas de arcilla compradas en Talavera de la Reina y un ligero espolvoreo de harina, porque todo el mundo sabía que en diciembre nevaba en el portal.

            Jesús Corroto hacía algo parecido en Gálvez. Como buen boy scout ayudaba a montar el Belén de la parroquia de su pueblo y, en lugar de serrín, recorría muchos kilómetros para conseguir la arena más fina de las Minas de Santa Quiteria, tan fina que parecía de playa.

            Luego se murió el tío Goro y dejamos de tener el suministro de serrín, y el Seprona volcó su celo en la preservación del musgo. Por la tele supimos que en las lejanas tierras que vieron nacer al niño Jesús no nevaba ni en broma, y el corcho de las montañas de Herodes, que venía directamente de la pedanía oropesana de La Corchuela, era absorbido por las bodegas para taponar las botellas de vino y cava. Nos quedamos sin la materia prima que había dado forma a nuestra visión infantil de la Navidad. Esa Navidad que ahora empieza en noviembre y que a muchos nos tiene agotados antes del 24 de diciembre. Luces, cánticos, papásnoeles trepadores, anuncios de colonias, tus juguetes en Toys´r Us, cenas de empresa, cenas de familia, cenas de amigos, cenar dos veces…

            Adoro la Navidad de antaño. La del frío, la que empezaba con el sorteo de Navidad y terminaba mirando el zapato colocado en el alféizar de la ventana el día de los Reyes. La de las tarjetas de papel en un mundo sin Internet. La del turrón de guirlache y el mazapán hecho en el fogón de la cocina de mi casa. La de la sopa de mariscos que ese día y sólo ese día hace mi madre. La de la nostalgia, la del frío intenso que te cambia el color de la cara, la de los niños que se saben un villancico y lo destrozan con sus zambombas y panderetas. La que prácticamente ha desaparecido bajo la avalancha de un mundo que no puede vivir sin gastar a lo loco.

            Para poder tocar aquel espíritu navideño no pude encontrar mejor mago que a Javier Caboblanco, el genio toledano de la papiroflexia. Anhelaba poder rememorar mi infancia mirando un Belén digno del siglo XXI, pero con el saborcillo del siglo XX. Y Javier se puso manos a la obra. Combatió contra grandes pliegos de papel metalizado, los dobló y doblegó sin tregua, y cuando las formas de la Virgen, San José, el Niño, el buey y la mula,  los Reyes Magos con sus camellos (de dos jorobas, por supuesto), los pastores y sus ovejas brotaron de sus dedos, les dio un soplido suave para que reflejaran la luz y deslumbrasen a los espectadores.

            Sólo nos faltaba el espacio en el que debían de habitar las figuras. Ahí apareció el genio del arquitecto Jesús Corroto Briceño. Algún día, cuando esté descuidado, me gustaría darle el cambiazo de gafas para ver cómo se ve el mundo en cuatro o cinco dimensiones. Sin musgo, sin serrín, sin harina de nieve, sin río de la plata de envolver el chocolate, sin montañas de corcho. Sin nada de eso, pero con todo. Son sólo cuatro planchas negras de cartón pluma, hilvanadas con hilos de pescar de la tienda de los chinos. Con ellas ha creado un mundo digno de Calder que destila pureza, elegancia, y que recoge la espiritualidad navideña que algunos creíamos haber perdido para siempre. Ahora el belén del hotel Carlos V nos aguarda a todos para recordarnos que la Navidad puede estar encerrada en los pliegues de unas figuras de papel que viven en un lecho flotante de cartón. 

Bienvenido Maquedano Carrasco
Antiguo Alumno, arqueólogo y gestor cultural

jueves, 15 de diciembre de 2011

Nuevo libro del antiguo alumno de Letras Manuel Palencia


Ayer tarde, el Círculo de Arte de Toledo acogió el acto de presentación del libro "Disertaciones y opúsculos sobre Toledo", obra de D. Gilimón Gaetano Blancalana, alter ego de Manuel Palencia Gómez. D. Gilimón, que se presentó ataviado de levita y chistera, estuvo acompañado por el impresor toledano J. Peláez, alter ego a su vez del editor JoAn GonPer (acrónimo de José Ángel González Pérez, de Celya ediciones), y del dúo musical Rhodes & Chelo. Tanto Palencia como Gonper pertenecen al Grupo Literario "Arrendajos", y fueron arropados por otros miembros del grupo, como María Teresa González Mozos, Enrique Galindo Bonilla o Consolación González Rico, así como por otros miembros del mundo cultural de la capital regional: los profesores de la UCLM Francisco Sánchez (administrativista y humanista) y Santiago Sastre (filósofo del Derecho, poeta y copropietario de la editorial Trébedes), el arqueólogo Bienvenido Maquedano (que también ejerce como gestor cultural de un conocido grupo hotelero), y numerosos miembros del Círculo de Arte (como la poetisa Marina Riaño o el escultor Gabriel Cruz Marcos), que estaban en su casa.

D. Gilimón y el impresor Peláez escenificaron la presentación del supuesto facsímil de las pruebas de un libro que iba a ser publicado en 1891 y que se quedaron en la alacena de una vieja casa toledana, hasta su reciente redescubrimiento durante el pasado verano. D. Gilimón es un personaje que, al parecer, vivió en la Toledo de fines del XIX y se relacionó con la intelectualidad de entonces, como los hermanos Bécquer, el poeta Gustavo Adolfo y el pintor Valeriano.

El libro, editado con una cuidadísima tipografía decimonónica, respetando la gramática y la ortografía de la época, revisado por la filóloga Valle Gálvez, es una delicia bibliográfica en la que Gilimón Gaetano nos cuenta curiosidades de nuestra ciudad, como la demolición de la Torre del Reloj de la Catedral, el asesinato del poeta Medinilla, historias del eterno Juanelo Turriano, las gárgolas neogóticas de S. Juan de los Reyes, o las desventuras del último defensor de Orán, la ciudad que conquistara para Castilla el ínclito Cardenal Cisneros.

Un libro que se lee con agrado y que recomiendo encarecidamente a todos los aficionados a las pequeñas historias de Toledo... y a la Buena Literatura.

Antonio Casado


Para saber más:

Ficha del libro en la página de editorial CELYA

Crónica del evento en el diario La Tribuna, del cual GonPer es columnista

Don Gilimón y Manuel Palencia, entrevistados en RTVE (entre los minutos 13:45 y 16:09)

domingo, 4 de diciembre de 2011

Restaurada y montada la reja de San Juan de la Penitencia, 75 años después

Leemos en prensa que la reja de S. Juan de la Penitencia ha sido restaurada y vuelta a montar en el Museo de Santa Cruz. Han pasado setenta y cinco largos años desde aquel aciago 1936 de tan amargo recuerdo, no sólo para las personas, sino para el patrimonio histórico-artístico. Hagamos un poco de memoria: El edificio fue mandado construir en 1511 por D. Francisco Jiménez de Cisneros, el Gran Cardenal de España, al arquitecto Pedro Gumiel, para acoger un convento de franciscanas y un colegio de doncellas (antecesor del otro que fundara más tarde Siliceo). El edificio de S. Juan de la Penitencia se conservó íntegro hasta el 24 de Julio de 1936 en que el odio de los hombres se lo llevó por delante. Se salvó un excelente artesonado mudéjar, que cubría la sala de la abadesa, trasladado al convento de San Antonio de Padua y adquirido por el Estado en 1969, y la gran reja del presbiterio, encargada por Cisneros al escultor y maestro rejero Juan Francés (autor también de la reja de la Capilla Mozárabe de la Catedral), reja que fue también adquirida por el Estado tras haber sido restaurada y consolidada por el último gran herrero forjador de Toledo, D. Julio Pascual y Martín, artífice de las verjas de la mezquita del Cristo de la Luz (lamentablemente mutiladas el año pasado) , de la Escuela de Artes y Oficios (también mutilada en 2008) y de las barandillas de Zocodover, en el que fue uno de sus últimos trabajos.

El edificio de San Juan de la Penitencia fue restaurado por el Estado para albergar un colegio de la Sección Femenina, aunque acabó cediéndolo en 1981 a la Diputación (a cambio de San Pedro Mártir el Real, que albergaba el Asilo Provincial) para la ampliación del Colegio Universitario de Toledo. El resto lo conocemos todos. Allí se instalaron la sección de Químicas (lamentablemente sólo el primer ciclo) y la entonces recién creada de Derecho (la carrera completa). Desde entonces numerosas promociones de juristas y químicos pasaron por S. Juan de la Penitencia, que acogió también al Conservatorio Provincial (transferido a la Junta en 2010) y al Centro de Estudios Internacionales de la Fundación Ortega y Gasset. Incluso acogió en 1998 durante medio curso a la primera promoción de Ciencias Ambientales, antes de que se trasladasen, junto con los químicos, a su Facultad actual, en la Fábrica de Armas.

Aquella reja que restauró como pudo D. Julio Pascual se volvió a almacenar hasta 1991, en que se envió al antiguo Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales (hoy IPCE), en donde fue cuidadosamente tratada y restaurada con los mejores medios técnicos posibles contemporáneos... y nuevamente almacenada por motivos que no se nos alcanza a comprender. Veinte años después ha sido trasladada a su ciudad de origen, y, tras un laborioso montaje de más de medio año, se ha expuesto al público en el Museo Arqueológico Provincial y de Bellas Artes de Toledo, es decir, el Museo de Santa Cruz.

Nos alegramos de que, por fin, los toledanos podamos admirar una obra de arte que creíamos perdida y que, además, procede de S. Juan de la Penitencia, un edificio tan vinculado a la memoria universitaria de nuestra ciudad. Enhorabuena a aquellos que lo han hecho posible.

Para saber más:
La rexa del maestro Francés, por Adolfo de Mingo (23/08/2010)