viernes, 13 de diciembre de 2019

Carne sin carne

Carne sin carne




            La Cumbre del Clima, entre tantos otros aspectos, ha servido como altavoz a una idea que hace tiempo vienen transmitiendo algunos “expertos”: parece que hay que comer menos carne, y especialmente menos carne de vaca. Más allá de razones ideológicas o puramente dietéticas, se ofrecen argumentos basados en la “sostenibilidad” (aparentemente se aprovecha “menos” el espacio dedicado a esta ganadería, al que hay que sumar el de los cultivos para su alimentación) y otros específicamente vinculados al efecto de los gases generados por las ventosidades de las vacas. Ya escribí sobre esto último, pero -sin repetirme- quiero volver al tema, porque cuanto más voy profundizado en él, más comprendo que la sentencia está dictada, y en términos globales, me temo que poco se puede hacer: más pronto que tarde, una importante mayoría abandonará o reducirá drásticamente este consumo. Y el indicio más poderoso de que así será es que grandes empresas, que en su día invirtieron en las tecnológicas de mayor éxito, ahora han “apostado” por una nueva industria alimenticia, consistente en lo que yo llamaría “carne sin carne”: hamburguesas de origen vegetal, tan “auténticas” en su aspecto que incluso “sangran” cuando son ligeramente aplastadas, y según algunos testimonios, con un sabor muy “logrado”. Parece que ya causan cierto furor en algunos lugares de Estados Unidos, e incluso en un país que se toma tan en serio la gastronomía, como Francia. No es de extrañar, acaso era el eslabón lógico en la cadena, tras la leche sin nata (¡o sin lactosa!), el café sin cafeína o la cerveza sin alcohol…


 
            Así que no discutiré ahora los argumentos en términos globales, pero puedo decir que, como tales argumentos globales, soslayan por completo las peculiaridades, y que como casi todo, resultan absurdos y disparatados si se han de tomar como un “dogma” que hay que cumplir de manera radical. Nadie en su sano juicio ha creído nunca que sea recomendable o sano comer todos los días hamburguesas (y menos, si van acompañadas según con qué aceites, refrescos, patatas o salsas…). Pero la carne, y especialmente estas carnes, ha sido durante milenios una base fundamental de nuestra alimentación en gran parte del mundo, y desde luego en nuestra cultura, que en su gran revolución neolítica introdujo la ganadería, creando numerosas especies antes inexistentes, para mantener la aportación proteínica que antes nos proporcionaba la caza (de lo contrario, quienes pretenden imponer una alimentación sin carne, no intentarían “vendérnosla” o hacerla más agradable simulando hamburguesas…). Si el ganado vacuno existe miles de años antes de que empezase a producirse el actual cambio climático, es porque, naturalmente, la cría de vacas no tiene nada de nocivo para el medio ambiente cuando se hace en la forma y cantidad adecuadas. Que son, ni más ni menos, que las que tradicionalmente conocemos en gran parte de España, y especialmente en nuestras tierras del norte. Desde el punto de vista medioambiental, este ganado criado en semilibertad en los prados solo puede resultar positivo. He observado atentamente las condiciones de vida de tantas vacas sagradas en la India, y es infinitamente peor (famélicas o consumiendo plásticos o todo tipo de residuos, eso sí, sin que nadie las moleste) que las de las vacas de nuestros prados, que viven sobre su comida, comen cuando lo desean y descansan cuando les place. En cuanto a los “gases”… hay pueblos enteros que con frecuencia “huelen” a bosta de vaca y -lo digo sin la menor ironía- a mí ese olor, que conozco desde niño, me gusta y no consta que a nadie le haya perjudicado. Así que no mezclemos: una cosa son las macrogranjas donde las reses viven apretadas y se alimentan de piensos hechos con cultivos transgénicos, y otra muy distinta lo que tenemos en el norte de España. Y si no, que vengan los expertos a verlo. Además de lo anterior, bastante han sufrido ya en lugares como Asturias de variadas “reconversiones”, como para abandonar esta ganadería que forma parte de su propia identidad, de su cultura y de su economía. Así que, que cada quien coma lo que quiera, pero que se respete también esta forma tan sana de alimentarse (no solo de carne, pues no hay que olvidar algunos de los mejores quesos del mundo…) y de criar a las vacas. Puede que se impongan las hamburguesas veganas… pero que respeten al menos el “reducto” a los que quieren comer buena carne de vacas saludables y felices. No deja de resultar paradójico que en la era de la “diversidad cultural” algunos traten de imponer la uniformidad homogénea cuando se trata de ciertos valores, según ellos mismos interpretan. Y otras veces las razones de “sostenibilidad” tienden a encerrar otras de rentabilidad económica, real o supuesta, y eso es extraño en quienes suelen criticar los excesos del capitalismo…

(Fuente de las imágenes: https://www.xataka.com/empresas-y-economia/nuevas-hamburguesas-carne-sangrantes-seguras-para-consumo-humano-fda y archivo propio).

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